domingo, 9 de agosto de 2015

Jugando a la guerra

Caracas, 9 de agosto de 2015

Si el mar está bravo, ellos juegan.

Si el día está claro, juegan

Y si es lluvioso también juegan.

Juegan a sus juegos de barcos, de lluvia, sol, tormentas. Vida y muerte. Paz y guerra.

Todos, todos los niños por igual, buscan modos simbólicos de representar lo que acontece, fundiendo lo de adentro con lo de afuera: Sus miedos, alegrías, tristezas, frustraciones. Todo aparece ilustrado en ese arte complejo que implica jugar.

Es por eso, que no es de extrañar que las diferentes situaciones de crisis sociopolítica por las que hemos atravesado en Venezuela también se reflejen en sus actos lúdicos. Ya Martín-Baró lo había descrito en sus investigaciones acerca de trauma psicosocial; advertía que en contextos de guerra, como la que se vivió en El Salvador, los niños y adultos solían mostrar síntomas psicológicos producto de la angustia generada por la situación bélica. Luego Punamaki (colaboradora del libro Psicología de la guerra de Martín-Baró) abordó el impacto que tenía en los niños y sus madres, estar expuestos a hechos traumáticos relacionados con la ocupación militar en la franja de Gaza desde 1967. Luego en el 2005, realicé una investigación con niños caraqueños donde quedaba evidenciado el efecto de la polarización política en sus vidas y en el modo que se relacionan con sus pares, sus familias y seres cercanos.

De allí, que encontrar representaciones lúdicas como las que hicieron mis hijos durante los enfrentamientos entre policías y sociedad civil en febrero- marzo de 2014, resultan absolutamente esperadas. Allí, queda evidenciada la representación que estaban haciendo de lo que ocurría,  pese a los esfuerzos de sus padres por matizarlo.

Juguemos en el bosque mientras el lobo no está…


Posteriormente, comenzaron a aparecer a través de las redes sociales fotos, de hijos de personas cercanas a mí, quienes mostraban, consternadas, imágenes de muñecos haciendo “colas” para adquirir alimentos. La primera apareció en el mes de febrero de este año  y pertenece a  una niña de 3 años que vive en Caracas. 


 

La segunda, es de ayer  su mami la titula: La tienda de Honguito. El niño tiene 5 años y vive en  Barquisimeto. Y si se fijan un poco, la longitud de las colas varía, no en vano la segunda es más larga.



La escasez de alimentos se ha convertido en un tema de preocupación y mucha angustia para las familias venezolanas y por tanto comienza a serlo para los pequeños de la casa. Aunque tratemos de cubrir sus necesidades, de mantener llenos los vacíos que en algún momento tendrán, notan la ansiedad de mamá, la irritabilidad de los padres, el “no hay” convertido en frase permanente. Esto, sin contar, lo evidentes que han comenzado a ser las “colas” en los lugares de abastecimiento, a pesar de los intentos del gobierno por evitar su difusión por redes sociales.

Somos espectadores activos de la deconstrucción de un país con piezas desencajadas. Soy de las que piensa que mantener en la memoria colectiva estos momentos aciagos,  nos permitirá encajar las piezas donde van y no cometer los mismos errores. Los intentos lúdicos de los niños por mostrar lo que están viviendo, son una vía para comenzar a contar historias, para fijarlas en su memoria, sin que esto signifique caer en la desolación. Estos juegos deberían acompañarse de palabras, de historia, de significados, que traten de dar forma a esta situación de irrealidad que nos abate día a día. Si no lo hacemos, igual seguirán jugando, es su maravillosa forma de resistencia, pero es posible que algún Otro le asigne un significado ajustado a sus necesidades de permanecer en el poder. 

Yo apuesto a jugar con ellos. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario